Puntualidad germánica.

Se dice con frecuencia en plan de cahondeo que uno de los grandes defectos locales, de los que nos alejan de los europeos es la impuntualidad. Más aún si la puntualidad choca con la pereza, o sea, por las mañanas o después de la siesta. Pero hete aquí­ que cuando de lo que se trata es de joder, y perdón por la expresión, la puntualidad es impresionante. Parece que el resorte de socializar el sufrimiento, o sea madrugar, funciona a las mil maravillas.

Lo que voy a contar ocurre en La Puebla de Arganzón, territorio en obras, pero estoy casi seguro que más de uno se verá o se habrá visto en la misma situación.

8:00 am. Uno apura sus últimos minutos de duermevela antes de iniciar la jornada, levantar a los niños, llevarlos a la ikas, ir a su trabajo, etc. O uno se ocupa de sus labores y afronta un nuevo dí­a antes de ponerse a ello. Uno es un privilegiado, porque tiene un horario comercial o un horario de oficina, o está jubilado, o incluso su privilegio es estar enfermo o estar parado. Eso por no hablar de los sábados.

La radio de mesilla empieza a emitir las señales horarias, y sin apenas terminar la serie de pitidos, comienza el repertorio. Es como si de pronto los operarios de la obra cercana se empeñasen en demostrar la variedad de herramientas y útiles que poseen. Martillos neumáticos, rozadoras, taladros, amoladoras, martillos, punteros, motosierras, motogeneradores, dumpers de ruidosos motores, contenedores vací­os en los que resuenan como campanadas los primeros escombros de la mañana, y algún útil más que ahora no recuerdo.

Si por desgracia se emplean en tareas más “silenciosas”, entonces es un buen momento para poner la radio a todo trapo, para que la puedan oir todos los operarios desde cualquier punto de la obra. Eso sí­, uno se encuentra de repente al albur de los gustos musicales del operario, o de sus simpatí­as polí­tico culturales, y ala, toma Bisbal a todo trapo, y si te descuidas hasta Jimenez Los Santos.

Después de comprobar la imposibilidad de apurar esos últimos minutos de retozo, uno se levanta resignado, y generlamente cabreado. Prepara su desuyuno, hace sus abluciones matutinas, viste a los niños, y cuando a eso de las 9 se dispone a salir de casa, de repente nota algo inusual. Un absoluto silencio. ¿Qué ocurre? se pregunta uno. Pues nada, que los operarios están almorzando. Y uno se dice, ¿y no podí­an almorzar primero y empezar a hacer ruido después?

Pues va a ser que no. Se lo comenté esto el otro dí­a a mi vecino y me decí­a casi con desprecio, no haceis más que quejaros, ellos tienen derecho para hacerlo y permiso para empezar a las ocho. Y le decí­a yo, si, pero no obligación de empezar por lo más ruidoso, que eso también es convivencia, también es solidaridad.

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