El pésame

A veces esos latigillos coloquiales que tanto odiamos, son sin embargo un recurso cuando no sabemos que decir. Cuando algo nos duele en primera persona, podemos pasar del más sentido de los silencios al más incontenible de los discursos. Cuando algo nos duele en tercera persona, cuando nos acercamos al dolor ajeno, y lo hacemos nuestro en parte, entonces es cuando nos damos cuenta de lo poco que valen las palabras, de lo que cuesta encontrarlas, y de lo que, una vez encontradas, cuesta decirlas.

Alabamos en estos casos a esos profesionales a quienes se recurre ante tragedias para tratar con familiares y amigos de los fallecidos. La mayorí­a de nosotros no valemos, nos desmoronamos, nos quedamos mudos y apenas somos capaces de balbucear una palabra.

Esos latiguillos a que hací­a referencia, del tipo te acompaño en el sentimiento, mi más sentido pésame, etc etc, sirven más a los “profesionales” que a los aficionados. Aunque es posible que se trate de algo más que de una profesionalización. A veces uno piensa que los años te hacen acostumbrarte a esto y verlo cada vez más cercano, más “natural”. Sin apenas darte cuenta esto de los funerales se va haciendo más habitual, y desgraciadamente más cercano. Pero aún en esos casos hay momentos en los que uno se siente desbordado, y cuando salta la sorpresa, uno desea sentirse cercano, pero no puede evitar tener auténtico pánico al momento del encuentro, al instante de silencio en el que se cruzan las miradas, y uno espera que sea suficiente, que como un relámpago uno diga todo lo que debe decir sin mover los labios.

 

Leave a Comment

Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.