Yo no soy bobo

Y si es que ayer me referí­a básicamente a la insustancialidad de los pronunciamientos de la izquierda abertzale, hoy tengo que hacer algo parecido con el resto de la clase polí­tica. Y empezaré diciendo que en esto de las palabras hay que tener cuidado. Tanto a la hora de llamar izquierda a determinados “agentes”, como a la hora de usar el término “clase” para determinados polí­ticos.

Y si ayer terminaba con una apelación a que nos dejen en paz, hoy no me queda más remedio que extender esa apelación a otro colectivo.

En lo que a la inteligencia se refiere, lo cierto es que la norma indica que escuchar a un polí­tico es algo parecido a un ejercicio de autoflagelación. Pero hasta en esto hay categorí­as.

Lo del partido popular, en esencia partidaria o en forma de tertulianos y agitadores de las ondas es más que lamentable, es deleznable, es despreciable. Esta sistemática resistencia a pensar lo que se dice, esta contumaz manera de engañar, esta chulerí­a con que se jactan de las desgracias ajenas que deberí­an ser tambien las suyas propias es sencillamente repulsiva.

Ver a Zaplana, sentir los salivazos de Rajoy, compadecer a Acebes, o alucinar con la verborrea de Alcaraz, le hace a uno dudar de la extensión de la inteligencia al género humano, bueno, de la intelignecia o de al menos alguna de las cualidades que identifican al buen cristiano católico apostólico y de derechas.

¿Dónde quedó la templanza, la mesura, la generosidad, la humildad, donde quedó todo aquello que sonaba a virtud?

Unos y otros, como decí­a ayer, dejadnos en paz, quiero seguir pensando que la mayorí­a no somos ni tontos, ni bobos.

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