Desconcierto navideño

Empeñados como estamos en terminar de comprar los regalos, deambulamos por las calles con betí­fica sonrisa en el rostro mimentras sufrimos en nuestras carnes la tardí­a pero cruda llegada del invierno.

Las luces callejeras, los escaparates decorados, el eco de villancicos, y toda esta parafernalia consumista cargada de paz y buenos deseos se van disipando según uno va acercándose al ayuntamiento vitoriano.

Desaparecen las sonrisas, y las luces buscan a los taquí­grafos para hacerles compañí­a mientras llegan de fondo los sones de un complicado villancisco. Porque vaya cisco que tenemos montado. Un cisco de esos que a alguno le va a dejar la cabeza para adornar árboles. Si ha cometido alguna falta, que sea así­. Pero en este tipo de cuestiones hay que obrar con prudencia, porque enseguida empiezan las acusaciones mútuas, y al final, como he oido decir frecuentemente a javier ortiz, lo más triste es que uno acaba creyendo a todas las partes, y acaba convencido de que todos tienen razón, de que todos mienten, de que todos son iguales.

Por beneficio de la ciudad, que todo se aclare cuanto antes, es el deber de unos y la esperanza del resto.

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