Veleia: sabios, investigadores, carros y bueyes

Publicado en Diario de Noticias de álava

iruña-veleia vuelve a la palestra. De la mano de filólogos e historiadores, al amparo de algunos medios, y con claras reminiscencias de pasados aleteos de pájaros de mal agí¼ero, se intenta que renazcan dudas y se siembran sombras donde cada vez son más intensas las luces.

En una conferencia a la que asistí­ recientemente, hablaba Pedro Miguel Etxenike de la diferencia entre los sabios y los investigadores. El sabio descubre para conocer, aspira a comprender los grandes temas, interrelaciona descubrimientos y datos parciales construyendo modelos y sistemas universales en espacio y tiempo. El investigador, por el contrario, conoce para descubrir. Se aí­sla de contextos culturales y de corrientes de pensamiento, se apoya en métodos y técnicas que revisa de forma continua y se centra en verificar lo que descubre. No es consciente, ni debe serlo, de las consecuencias que tenga su descubrimiento, intenta, simplemente, certificarlo con el mayor rigor cientí­fico, con la mayor solidez metodológica.

En nuestro actual modelo cultural, todos nos reclamamos cientí­ficos. Pero hay una parte de la ciencia que genera pruebas, y otra parte que se dedica a interpretarlas. Como dirí­an en CSI , las pruebas no se fabrican; existen y cuentan su verdad, sólo hay que saber escucharlas. El proceso cientí­fico no es acomodar la realidad a nuestro conocimiento construido sobre las cosas, sino al contrario, se trata de acomodar nuestro conocimiento de las cosas a lo que éstas nos van diciendo.

En todos los campos de nuestro saber nos vemos obligados con cierta frecuencia a reformular lo que habí­amos dado por bueno, y básicamente existe un motivo, la aparición de nuevas evidencias que demuestran que estábamos equivocados. En el caso de disciplinas como la historia o la filologí­a, esto es habitual a lo largo de su propia historia. Según el arqueólogo va aportando datos y pruebas, el historiador, el filólogo, debe adecuar su modelo mental al nuevo escenario. Así­ ha venido siendo y así­ debiera seguir siendo.

Lo que ocurre con Veleia y sus hallazgos produce en muchos de los que seguimos el tema una sensación contradictoria. Hay una sensación de alegrí­a que roza el vértigo. Alegrí­a porque se demuestra que una correcta metodologí­a aporta datos de indudable valor. Vértigo porque esa misma metodologí­a nos introduce en un escenario de dudas sobre lo que habí­amos creí­do hasta entonces. Alegrí­a también porque nos acercamos a humanos que vivieron donde nosotros habitamos hace casi 2.000 años y que, sin embargo, nos aparecen ahora tan cercanos, tan humanos , tan parecidos a nosotros.

La contradicción viene por una enorme sensación de pena. Pena por ver cómo hay quien prefiere dudar del dato antes que cuestionar su propio modelo mental. Pena por ver cómo intereses polí­ticos, rencillas personales, maniobras culturales y todo tipo de artes no confesables, se ocupan más de enturbiar la verdad que de buscarla y acogerla con regocijo.

Pena porque se usan argumentos peregrinos para defender todas estas miserias. Presentar Veleia como una isla paradisí­aca en la que las gentes escribí­an de forma compulsiva para así­ intentar desacreditar el conjunto hallado es caer en la caricatura. Tan caricatura como plantear que estemos hablando de unas 600 piezas que se producen por una población de 5.000 habitantes en un espacio temporal de varias generaciones, pongamos por ejemplo 200 años.

Esta Atenas del Norte , en pura estadí­stica, producí­a nada menos que tres garabatos al año entre 5.000 personas. Tampoco es para tanto. Basar las dudas en que no hay referente similar en el mundo es totalmente acientí­fico. Lo cierto no es que no haya, lo cierto es que no se ha descubierto, y estoy convencido de que esto ocurrirá, y dejará Veleia como un punto más de conocimiento con algo que, eso sí­, le hará única: haber sido el primer sitio donde una metodologí­a correctamente aplicada a la excavación de yacimientos arqueológicos ha producido un resultado como éste.

Hoy más que nunca debemos reclamar a unos y otros que asuman aquel Sapere Aude! con el que Kant resumió el motor de la Ilustración. Tengamos el valor de saber, y la elegancia de aceptar que lo que sabemos no es todo. Es simplemente el resultado de lo que hasta ahora conocemos, y debe por tanto poder ser cuestionado cada vez que conozcamos más sobre lo que pretendí­amos saber.

Tengamos la audacia, como cientí­ficos, como polí­ticos, y hasta como personas, de saber qué son bueyes y qué son carros, y quién debe tirar de quién si lo que queremos realmente es avanzar.

* Amigo de Número de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del Paí­s

2 comentarios

  • María Magain dice:

    El economista es aquel profesional que profetiza el pasado…(Joaquí­n Estefaní­a) , en cambio el poeta y el religioso nos adivina el futuro….

  • Servan dice:

    No estoy de acuerdo en que ese sea el proceso cientí­fico. La ciencia no descubre realidades, verdades, las cuales son conceptos religiosos. La ciencia trata solamente con fenómenos y los estructura coherentemente, racionalmente.
    En Iruña nos presentan “hallazgos” que son por completo incoherentes con nuestros conocimientos históricos. Por ej., un hueso en que está escrito Nefertiti. Nefertiti fué descubierta el s XX y su nombre no es sino una aproximación convencional de la escuela inglesa, de fines del s XX.
    Por lo tanto, esta grafí­a señala claramente el momento en que fué escrita: fines del s XX.

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