La ilusión.

La ilusión es un motor mucho más eficaz que la razón. La razón exige pararse a pensar, reflexionar, ser consciente de los riesgos, ser capaz de prever el final.

La ilusión no exige nada, es irracional, es impulsiva, es emotiva. Es fácil mover a la gente apelando a su ilusión. Tan fácil como es apartarse del borde del barranco cuando la masa “ilusionada” comienza a precipitarse por él.

Apelar a la ilusión es apelar a la falta de razón. Hacerlo desde posiciones cómodas, sin dar la cara, apoyandose en ilusos voluntarios es demostrar que, si algo no se tiene, es precisamente ilusión.

La ilusión no tiene porque ser necesariamente negativa. Pero usarla como tapadera, generarla a sabiendas de que no conduce a nada, es no ya irresponsable, sino además, cí­nico, y demuestra en relación al eterno debate de la relación entre ética y polí­tica, una absoluta carencia de la primera.

A nadie le importa arriesgarse a sabiendas en una comprometida operación. Contar con todos los datos, y tomar de forma consciente la decisión de apostar por una u otra opción. Si todo sale bien, así­ sea. Y si sale mal, era algo conocido y entraba dentro de lo previsto.

La ilusión en polí­tica es básicamente un arma de engaño. Porque generalmente se sustenta en que a la gente se le ilusiona ocultándole los riesgos que entraña lo que está haciendo.

Hoy, a las doce, se han entregado cientos de firmas que se dicen motivadas por la ilusión. Un paso arriesgado y cuyas consecuencias veremos sin tener que esperar mucho. Lo que yo me pregunto es como explicarán estos ilusionadores las consecuencias de lo que han provocado con sus firmas a los que firmaron.

Y no son los únicos, que, llegado ese momento, tendrán que responder a las ilusiones que crearon y derrumbaron, a los enemigos que dibujaron y perdonaron, a las medias verdades, a los intereses, a todo aquello que nunca confesaron.

Detrás de todo esto hay gente, gente que se merece más respeto, más consideración, gente de la que a veces decimos que son la mejor gente, y que generalmente tratamos como a borregos.

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