Elecciones catalanas

Ayer fue la jornada electoral catalana, y hoy toca reflexionar sobre sus resultados.

A mi hay un par de cosas que me llaman la atención, y ambas coinciden en un mismo mensaje. Desencanto.

Cuando casi la mitad de la ciudadaní­a se inhibe en un proceso de estas caracterí­sticas, y lo hace incrementando la abstención en casi 6 puntos, han de analizarse las diferencias que confluyen en esta conjunción de desencantos. Porque cierto es que un proceso electoral es el resultado de la suma de las voluntades individuales de la ciudadaní­a expresadas en un momento dado, pero tambí­en lo es que cuando coinciden en número suficiente nos hablan de tendencias.

Las anteriores elecciones se planteaban como las de la aprobación del nuevo estatut, como las de la recuperación de la soberaní­a, las de dar un paso adelante cuya viabilidad avalaba el reconocimiento expreso de un candidato a presidente del gobierno español de respetar la decisión que mayoritariamente tomase el parlamento catalán. Eran además elecciones que proponí­an a los ciudadanos lo único que realmente genera ilusión, la posibilidad de un cambio, de una renovación en el gobierno catalán.

Estas sin embargo, son elecciones de gestión. Aquel estatut tan añorado fue convenientemente limado y cepillado en Madrid, y lo fue además con la generosa aportación de un miembro de la oposición catalana, ahora aspirante a presidente, quien además no tuvo reparo alguno en puentear al entonces presidente, Maragall, para tratar la cuestión directamente con Zapatero.

Zapatero por su parte, y para no volver a tener problemas con los dí­scolos de la periferia, se encargó de cepillarse a Maragall, colocando en su lugar a alguien más de su confianza, más de su sensibilidad.

Es decir, que después de ningunear a los parlamentarios catalanes, de despreciar su trabajo parlamentario y sustituirlo por oscuras labores de cocina y fontanerí­a, vienen ahora y se presentan cocineros y fontaneros para que los ciudadanos les voten entusiasmados. Y claro, van los ciudadanos y no votan, normal, ¿para qué? que guisen los cocineros y arreglen cañerí­as los fontaneros, pero a mi que no me engañen.

La segunda cuestión a analizar es la de la irrupción de los ciudadanos, si, de ese colectivo de gente silenciada que dispone de horas y horas, de páginas y páginas en radios, periódicos, televisiones, revistas, cursos de veranos y salas de conferencias en general. Es, una vez más una operación de captura del voto antisistema. Una operación de élites resentidas, con un concepto de la libertad que se enuncia utilizando demasiado la primera persona. Ya veremos cual es su recorrido.

En cuanto a los pactos, veremos también el resultado. Lo lógico, lo que parece evidente, es que habrí­a que reeditar el tripartito, visto como hemos visto por sus prácticas que a CIU le falta todaví­a algo de oposición para aprender a respetar los parlamentos. Pero ese mismo respeto es el que le conviene a Zapatero, porque lo triste en este caso, y luego nos preguntan que por qué se puede seguir siendo nacionalista en el siglo XXI, es que la llave no está en Montilla, está en Zapatero.

1 comentario

  • […] Me he referido a Mas, el candidato que encabeza la lista más votada en las elecciones catalanas del dí­a 1, en más de una ocasión. Lo hice ayer, y lo hice también hace unos dí­as, cuando se inició la campaña electoral. Siento decir que es un tipo que encarna todo lo que me parece detestable de la polí­tica, y además tiene cara de listo, más que de inteligente. […]

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