El derecho a la vivienda.

En una ciudad como Gasteiz, en un territorio como Araba, en un planeta como la tierra, la vivienda es a fecha de hoy un problema. Antes quizás lo fue menos, eramos menos numerosos, tení­amos menos leyes, y aun compartiendo el mismo sentido común, la capacidad de destruir territorio era limitada por razones logí­sticas. Bueno, también es cierto que hace años no habí­a agencias inmobiliarias, ni promotores tal como los conocemos hoy.

Pero no queriendo hacer un tratado sobre la historia de la especulación, trabajo por cierto harto interesante, vamos a concentrarnos en el problema de la vivienda, y, en este sentido, voy a ser rotundo. El problema de la vivienda es, básicamente, la propiedad. A esa conclusión he llegado después de estos últimos años en los que por razones “profesionales”, me ha tocado conocer de cerca el tema de la construcción en la expansión Gasteiztarra.

Y todo nace de una confusión en torno al derecho que da tí­tulo a estas lí­neas. El derecho a la vivienda se complementa con la obligación de los poderes públicos a proporcionar a sus administrados una vivienda. Hasta ahí­, y con los matices que se quiera, totalmente de acuerdo. Lo que ocurre, y ahí­ empieza el problema, es que todos incluimos un matiz en el propio enunciado del derecho, y todos reclamamos el derecho a la propiedad de una vivienda, y exigimos que se construya, y que se nos venda a un precio ajustado, y que eso sí­, podamos en su dí­a venderla y obtener grandes plusvalí­as, plusvalí­as, eso sí­, que no nos llegarán para adquirir otra vivienda, porque seguramente no sólo es la nuestra la que ha multibplicado su valor.

Leo hoy una opinión que termina preguntándose ¿qué es lo que podemos hacer? Pues una cosa esta clara, y no digo que sea fácil, sino simplemente que está clara, eliminemos, al menos en el sector público, la oferta de vivienda en propiedad.

No se trata de negar a nadie su derecho a construirse un palacio, se trata simplemente de actuar con criterio social en la gestión de la vivienda, y del suelo, por supuesto. Y aplicar ese criterio social no sólo para los actuales habitantes, sino también para los venideros. Seamos solidarios entre nosotros y con el futuro. Porque evidentemente el sistema que hoy aplicamos es un motor de injusticias que se soportan a veces en un deficiente sistema fiscal, en la aplicación de unos varemos que no siempre reflejan las situaciones reales (lease IRPF) o en la fijación de unos criterios de pertenencia a la colectividad que se apoyan en el más falso de todos los registros públicos, el padrón. Otorgamos la propiedad de una vivienda y asunto acabado, para el adjudicatario, y para el excluido. Lo hacemos en base a una situación puntual en el tiempo y lo aplicamos de por vida. Por eso construimos viviendas estándar, lo mismo da que sea para uno, dos tres o cuatro, todos quieren tres dormitorios, para rotar entre ellos digo yo. Pero la vida da muchas vuletas, y uno se empareja, y tiene hijos, y a veces se separa, y a veces simplemente envejece y ve marchar a sus hijos, pero la casa permanece ahí­, inalterable, con su distribución VPO estandar. Eso si, la casa es mí­a, y de la caja.

Hablábamos de soluciones y, desde el punto de vista de lo público decí­a yo que es claro. Supongamos que construimos un parque suficiente de viviendas, de distintas tipologí­as y caracterí­sticas, de una, dos, tres, cuatro o cinco habitaciones, y las adjudicamos en regimen de alquiler, de alquiler no de una vivienda en concreto, sino de un derecho a una vivienda, ¿a cuál?, a la que en cada momento necesitemos. Cuando cambien nuestras necesidades rotaremos, porque no seremos los únicos, y viviremos si queremos toda nuestra vida en viviendas adecuadas a nuestras necesidades, y cuando pasemos a otro tipo de vivienda más definitiva, sea una urna, un nicho o lo que sea, dejaremos nuestra vivienda para el siguiente, sea o no de nuestra estirpe.

Eso es lo que pueden hacer los poderes públicos, ¿y nosotros? Pues está muy claro también, dejar de jugar a especuladores, dejar de jugar a propietarios y empezar a vivir como seres solidarios con nosotros, con nuestro planeta y no sólo con el que hoy conocemos, sino con el que dejaremos a nuestros hijos.

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