Dar la espalda.

La iglesia corre su propia historia, marca sus tiempos, por mandato divino o por humana decisión, pero está claro que su devenir no corre parejo a los tiempos modernos, ni a los antiguos, son, simplemente, sus tiempos. Por eso a nadie debe sorprender la decisión papal de recuperar, o al menos facilitar, la vuelta al rito preconciliar, la misa en latí­n y el sacerdote de espaldas a los fieles.

La cosa tiene su miga, y la miga es de preocupar. Frente a todo aquello que supuso humanizar a la iglesia, y que para algunos se convirtió en la entrega a los brazos del marxismo, vuelve la fé, con toda su carga de sinrazón. Y vive dios que este apelativo no es peyorativo, es simplemente descriptivo.

Fe y razón son excluyentes per se. Retomar el camino de la ortodoxia, del fundamentalismo, puede tener sus réditos en tiempos de relativismo, en sociedades laicas , como dirí­an los moralistas católicos excesivamente entregadas al goce y disfrute de los bienes terrenales.

Lo que ocurre es, que así­ como la moral tiene al igual que la fé, un cierto componente irracional, la ética representa la manera de entender las relaciones sociales y las conductas desde la razón.

Hablar en Latí­n, a fecha de hoy es curioso, aumenta el carácter de espectáculo al que la propia iglesia condena a sus sacramentos. Combinar esto con homilí­as en latí­n, griego y hebreo, es posiblemente lo que más conviene a la extensión de la fé, y dar la espalda a los creyentes que asisten al oficio, no requiere más comentarios, es simplemente darles la espalda.

Hay quien dice que no merece la pena hablar tanto de estos asuntos cuando uno se confiesa al margen de estas confesiones. Pero es que ocurre que estas confesiones se empeñan una y otra vez en hacerse presentes en la vida polí­tica y social como colectivo, e influir en cuestiones tan alejadas de la fe como la organización territorial de europa, el sistema eductivo público, o tantas otras cuestiones en las que tratan de imponer sus criterios morales como preceptos legales de obligado cumplimiento.

Una sociedad de hombres libres precisa respeto, y lejos los tiempos en los que se quemaban iglesias y saqueaban conventos, creo que es lí­cito pedir que se respeten sociedades y convivencias, y que cada cual viva de acuerdo a sus preceptos, cosa que no debe ser tan fácil visto lo visto. Hasta entonces, que quien la tenga cuide de su fé, pero creo que retroceder en el tiempo no es un buen camino para nadie, y porfiar en que el retroceso sea colectivo menos aún.

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