Las armas nunca tienen principio, lo único que hacen en todo caso es adelantar los finales de las vidas con las que tropiezan. Viene esta ocurrencia al hilo de algunas de las grandes polémicas que nos rodean estos días.
Anda todo el mundo bien pensante preocupado porque un regimen no democrático, el de Corea, ha explosionado un artefacto nuclear. Preocupa también a la comunidad occidental que Iran pueda tener un artefacto parecido. Preocupa especialmente a quienes ya cuentan con armas de este tipo, y que eso sí, son mayormente democracias homologadas por ellas mismas. Se que parecerá demagogia, que se dirá que es poco serio, pero realmente no creo yo que a los ciudadanos de Hiroshima o Nagasaki les preocupase en exceso la adscripción ideológica de la bomba que les fulminó. Y recordemos que, el único estado capaz de utilizar un artefacto de estos contra la población civil ha sido precisamente el que ha fehca de hoy aparece como garante y salvador de la “democracia homologada”.
A mi no me preocupa quien tenga las armas, a mi me preocupa que existan.
Decía Miguel Hernandez aquello de Tristes armas si no son las palabras, tristes, tristes… pero es que dentro de este tema generla de las armas y los principios, la otra cuestión que ocupa a la opinión publicada viene a ser igualmente curiosa. Reclamamos que se abandonen las armas y se tornen palabras, y que los principios se defiendan sólo con éstas. Y a la vez hay quien se escandaliza porque la pena de carcel por escribir un par de artículos baje de 96 años a ¿sólo? seis.
Lo que menos entiendo es que haya periodistas capaces de defender lo contrario de lo que dicen ejercer. ¿Condenar por escribir? no gracias, si acaso por no leer.
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