A vueltas con la paridad…

Hoy me he levantado polí­ticamente incorrecto, cosa que ultimamente me ocurre con bastante frecuencia. Así­ que en cuanto he empezado a oir referencias al asunto, me he dicho… ya tengo tema.

No contentos con el circo montado en la cuestión electoral, se quiere regular, por decreto, la paridad en la vida real, osea, en las empresas, organismos, etc.

Yo hay un par de cosas o tres que tengo muy claras, la primera es que no debe hacerse discriminación en razón de sexo, la segunda es que los puestos los debe ocupar la persona que más capacitada esté para ello y la tercera es que el resto son estadí­sticas. La cuarta, ya fuera de orden, es que nunca he creido demasiado en que todo sea susceptible de cambirase por decreto, tanto porque hay realidades que no cambian en un dí­a, como porque el decreto es el final del camino, no el principio.

La legislación de la paridad electoral genera muchas lagunas. Aparte de las inevitables cuestiones jocosas, tales como negar la existencia a una candidatura de gays, no de gays y lesbianas, sólo de gays, o de curas, y no de curas o monjas, plantea que, si ya es complicado elegir a las mejores personas para la candidatura, ahora además se plantea a veces la posibilidad de tener que renunciar a algunos personos para, en cumplimiento de la ley, poner a algunas personas.

A nivel interno, dentro de las organizaciones, plantea problemas no sólo organizativos. En aquellas organizaciones democráticas, en las que los afiliados son quienes determinan el orden de presencia en las candidaturas con su número de votos, no tendremos más remedio en su caso que alterar los resultados. Y es que en este caso, como en muchos otros, se pone el carro por delante de los bueyes.

La representación de mujeres era ya un fenómeno creciente, que en algunos casos, ya sé que no en todos, responde a la propia composición de las organizaciones. Tasarla es alterar la propia libertad de las organizaciones y educar en el concepto de reparto, y ese es para mi el gran error.

En cuestión de sexos, como en otras cuestiones, no se trata de repartir sino de compartir. A fin de cuentas, por lo que luchamos es por tratarnos y que nos traten como a humanos, sin más matices. Y eso supone educar de forma que si en un momento, el gobierno está integrado por sólo mujeres, eso no nos llame la atención ni nos preocupe. Busquemos más bien que nos preocupe si quien está es o no la persona más capaz, la más adecuada. Lo contrario es perderse en un mar de contradicciones. Por que, si las mujeres son un colectivo identificado como tal, y en razón de lo cual, y de agravios históricos que determinan sus situación de debilidad, ha de garantizárseles por decreto una posición acorde en la sociedad, ¿Tendremos que hacer lo mismo con otros colectivos, con los homosexuales, los gitanos, los cazadores…? ¿Acabaremos con un parlamento más parecido a las cortes franquistas o medievales (por aquello de los tercios y los estamentos) que a un parlamento en el que la ciudadaní­a refleja sus ideas de cambio o conservación?

Lo dicho, mientras no nos creamos que es un derecho de todo ser humano, participar, elegir, que el elijan, soñar, aspirar, en defintiva, formar parte de su sociedad con plena igualdad, y nos eduquemos en ello y lo practiquemos, todo lo demás son parches, y los parches nunca arreglan los problemas, sólo los maltapan, y a menudo, contribuyen a que persistan.

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