El dí­a sin mi coche

Todos los años la misma historia. Todos los años el mismo engaño. El dí­a sin mi coche, los coches oficiales aparcan un poco más lejos, y acuden raudos a recoger a sus ocupantes tan pronto acaban los actos oficiales.

El ciudadano de a pie, un dí­a más como si una epidemia de hemorroides invadiese el planeta, sufre su impotencia en silencio, en ese falso silencio que se construye cuando uno se adcostumbra a un ruido constante y omnipresente. El del motor de su coche al ralentí­ mientras intenta salir del atasco que el corte de calles ha provocado.

Soy un firme defensor de eso que ahora llamamos movilidad sostenible. Soy de hecho un usuario habitual del transporte público, lo soy porque vivo fuera de la ciudad, y porque además me reconozco un poco vago. Por eso este tipo de dí­as me resultan más chocantes, y porque no decirlo, más indignantes.

De una parte siempre ma ha llamado la atención lo fácil que es sufrir una abducción, es decir, convertirse en extraterrestre. Basta con subirse a un coche. Parece como, si a partir de ese momento, uno abandonase su condición no ya de ciudadano, sino hasta de humano.

Hablamos de los coches y nos olvidamos que son como humanos en conserva, que no andan sólos, que sirven a gente como nosotros, y generalmente incluso a nosotros mismos, para trasladarnos con nuestros objetos, con nuestros hijos, padres, tí­os, sobrinos y demás familia o incluso amigos.

Habrá quien lo haga por capricho, no digo que no, pero muy a menudo es la necesidad la que nos hace coger el coche. Una necesidad a la que contribuyen en gran medida los poderes públicos con su dejadez, su descuido y en ocasiones hasta su desprecio por los trasportes públicos.

Y baste sólo por poner un plan de ejemplos en nuestra ciudad, la estación de autobuses, y el servicio de cercaní­as, empezando por la estación de Gasteiz, y siguiendo por el estado de los trenes, de los horarios, de los apeaderos, etc, etc.

Igual hay que dedicar más tiempo a trabajr, y menos a organizar dí­as que nos impulsen a utlizar lo que luego no podremos utlizar por inxeistente, por mal planficiado o por insuficiente.

 

 

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