DVD (Disfruto viendo disfrutar)

Hay dí­as en los que uno se siente obligado a implicarse. Los músicos suben al escenario y son conscientes de que a su alrededor miles de personas esperan algo de ellos. O mejor dirí­amos que esperan algo con ellos. 

Hay otros dí­as sin embargo en los que el diseño es diferente. 

Los músicos suben al escenario y disfrutan. Y uno siente desde su silla el privilegio de asistir a algo mágico. Se tiene icluso la tentación de hacerse invisible, de no molestar, de no hacerse presente. Son conciertos para vouyeurs. 

Si además el espectáculo al que uno asiste está caracterizado por la sensibilidad, a uno le cuesta encontrar palabras porque sondeando en su interior sólo encuentra sensaciones. 

Chano demostró cómo se puede ser a la par sobrio y elegante. Cómo la melodí­a, cualquier melodí­a, es suficiente para construir magia. Si tuviese que usar un par de palabras para describir lo que sentí­ mientras él tocaba es casi seguro que emplearí­a estas: í­ntimo y sensible. 

Hay posiblemente formas más mentales, más cerebrales de acariciar un piano. Las hay también más espectaculares, las hay que conectan más, las hay que te hacen moverte en el asiento, las hay que te invitan a silbar, a dar voces y las hay, como esta, que te invitan a disfrutar en silencio. Hasta jeff Ballack pareció contagiarse e hizo de su baterí­a un acompañamiento casi imperceptible, pero presente. 

Si se me deja añadir otra palabra para describir la primera parte del concierto yo la que usarí­a es sincero. Chano no se escondió, ni reservó sus mejores galas para el final. Muy al contrario arrancó descubriendo sus cartas y apenas comenzado el concierto ya habí­a regado Mendizorroza con las notas del toro y la luna, de la tarara. A partir de ahí­ no cabí­a esperar sino disfrutar, y eso fue lo que hicimos, sin estridencias. 

Luego apareció Brandford, y reiteró, desde la solidez la armoní­a y la sensibilidad que el jazz es también un espacio para el gozo. Ellos disfrutaban sobre el escenario, nosotros bajo él, y como de intimidad se trataba hasta sobraban las cámaras. Nadie querí­a testigos. Porque cuando uno se enfrenta a sus sentimientos uno no quiere que le vean. 

Los dos primeros temas derrocharon sensibilidad, y ya sé que llevo escrita muchas veces esta palabra. Pero es que el conjunto de lo que sonaba era como para sentirse hipnotizado. El contrabajo arrojaba de una en una sus notas, siempre a tiempo, siempre en su sitio. La baterí­a soportaba con eficacia el diálogo del saxo y el piano y el conjunto invitaban a cerra los ojos y soñar. 

Hubo momentos intensos, de dominio, en los que la banda pasaba del caos organizado a la armoní­a pausada, siempre eficaz. y para terminar, una concesión a medias. Tocaron una más, pero sólo dos. Lo cierto es, que a pesar de la eficacia del soporte rí­tmico a lo largo del concierto, tengo que reconocer que no eché de menos a nadie. El piano y el saxo me dejaron una vez más una agradable sensación de paz interior. 

En resumen, que hoy al levantarme he pensado que anoche tuve un sueño cuyo argumento no recuerdo, pero del que recuerdo una cosa, me sentí­ bien. 

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