Maldita realidad

publicado en diario de noticias.

 

Costes laborales, factores disuasorios, reestructuración de negocio, conflictividad laboral, sector maduro, paí­ses emergentes, confianza de los inversores”¦

  

Sea ésta una muestra de términos que describen la realidad. O al menos una parte de ella, en todo caso una realidad de infarto.

  

Y es que ahora va a resultar que no es tan difí­cil definirse utópico, y hasta sentirse de izquierda. Basta con decir que uno aspira a que los ciudadanos del mundo sean libres y puedan obtener los medios suficientes para vivir con dignidad. Eso resulta que ni es real, ni parece tampoco que posible.

  

En un contexto económico globalizado parece ser que la dignidad local de los trabajadores se limita a sufrir en silencio la culpa de ocasionar a los inversores un coste laboral exagerado (?). Y digo en silencio porque si a uno se le ocurre denunciarlo la culpa crece. Serí­amos así­ responsables también de crear un clima de conflictividad laboral que, lógicamente, ahuyenta a los inversores.

  

Pero es que si además resulta que uno vive en una zona cuyo encaje institucional en Europa aún no está resuelto, al menos así­ lo opina una gran parte de su población, entonces ya la culpa se triplica. Somos también culpables de introducir un factor de incertidumbre que, no podí­a ser de otra forma, genera desconfianza en los inversores.

  

Y es que uno lo comprende, ¡es tan difí­cil ganar dinero! Porque no nos engañemos. El papel de los inversores no es sencillo. Cada vez resulta más complicado encontrar trabajadores eficaces, formados, sumisos y, sobre todo, baratos. Es tedioso y hasta incomodo verse abocado a sumarse a la diáspora del dinero; tener que recorrer el mundo en búsqueda de un buen sitio donde plantar las naves y poder maximizar los beneficios produciendo sin controles ambientales, con legislaciones menos rigurosas en materia de riesgos y seguridad, y sobre todo, pagando poco y pidiendo mucho a los trabajadores.

  

Y es que digo yo, desde mi ignorancia, desde mi ensoñación utópica, desde mi trasnochada visión de izquierdas: ¿No serí­a más justo para todos los ciudadanos del mundo que el coste laboral no fuese un factor de localización industrial o económica?

  

Quiero decir, que si el riesgo para nuestro trabajo, y por tanto para nuestra estabilidad vital, está en que otros cobran menos, y visto lo visto por aquí­ eso debe ser casi igual a nada, ¿por qué la solución es siempre bajarnos el sueldo o dejarnos sin trabajo? ¿No serí­a más justo que les subiesen el sueldo a ellos? A partir de ese momento, sobre unas condiciones de trabajo y de remuneración dignas en todo el planeta, es cuando empezarí­a a creer toda esa retórica sobre la competitividad y demás iconos economicistas.

  

Hasta entonces a mi todo esto me suena a más de lo mismo, a grupos cuyo único interés es el beneficio y cuya estrategia pasa por culpabilizar a los trabajadores y hacerles responsables de sus viajes por el mundo en busca del euro perdido.

  

Los trabajadores de Mercedes recibieron un buen cursillo no hace mucho, los de Caballito están aún en el aula y los de Hofesa ya tienen anunciada la prematrí­cula. Todo ello, eso sí­, con el inestimable apoyo y magisterio del secretario general del SEA, José Manuel Farto.

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