Hace tres años, un día como hoy, escribí unas líneas sobre el tres de marzo. Como quiera que parte del motivo de este blog es tener tanto un sitio donde escribir, como usarlo a modo de almacen de lo escrito, como quiera que releyendo lo escrito entonces sigue estando igual de vivo, como quiera que es fin de semana y a veces es bueno descansar… he pensado que era una buena ocasión para recuperar aquellas líneas.
El 3 de Marzo de 1976 yo tenía 11 años. De entonces ahora he cumplido algunos más, pero cinco habitantes de Gasteiz no. Murieron como consecuencia de los disparos efectuados por la policía española. Otros muchos resultaron heridos y la ciudad entera vivió de facto un estado de sitio durante tres días.
En mi recuerdo quedaron imágenes duras de mi ciudad, impresiones de las que no se olvidan. Quiero suponer que lo mismo le ocurrió a muchos gasteiztarras.
Pero pasaron los años, y llegó el día en que hubo quien pensó que las luchas eran patrimonio del pasado, que por fin estábamos en democracia, que todo estaba normalizado y canalizado.
Que nadie vea añoranza donde hay perplejidad.
Vivimos ahora momentos duros, muy duros. Las noticias nos sorprenden y reviven en nosotros circunstancias que creíamos lejanas, superadas. Más que nunca, hoy, desde la firmeza que da haber estado siempre del lado de la libertad, de los derechos humanos, de la Democracia con mayúsculas, la lucha cívica, la resistencia civil se hace necesaria y casi inevitable.
Aquellos días de Marzo fueron el final de una larga lucha. Pero fueron también el inicio de una nueva forma de afrontar las cosas. Demandas como las de entonces, apoyadas con la fuerza de la razón, defendidas con palabras, aplastadas a tiros, se abrieron paso.
Reclamar el reconocimiento de aquellas víctimas, reclamar la identificación de sus responsables, pedir una justicia que nunca llegó no es revanchismo, es tan solo un deber ciudadano para con los nuestros.
Yo no quiero decir nombres, pero a mi, como a muchos gasteiztarras que vivimos aquellos días, ver en activo y en primera línea a ciertos personajes de la vida política nos trae malos recuerdos. Y por si algo habíamos olvidado, cuando les oímos recitar lecciones de democracia, cuando contemplamos la desfachatez con la que dan y quitan la etiqueta de demócratas, algo en nuestro interior se rebela y nos recuerda a aquellos días.
Dicen que se puede aprender del pasado. Aprendamos pues. Aquella violenta represión ¿qué consiguió aparte del daño que dejó? ¿Fue capaz de detener lo inevitablemente legítimo? ¿Pudo siquiera retrasarlo?
Cuando hoy miramos a nuestro alrededor, cuando nos miramos a nosotros mismos, debiéramos recordar aquellos días, aquellos muertos y heridos, y hacerlo con tanto cariño como fuerza para decir aquí y allá, a unos y otros dejadnos vivir, pensar y hablar en paz.
Dejadme recordar a Miguel Hernández y gritar, mas que recitar, con él:
Tristes armas
si no son las palabras
Tristes, tristes.