Nota: Estaba terminando esta columna un lunes 2 de junio de 2014 para publicarla en mi arbolario de Diario de Noticias de álava en mi clumna de los martes, pero en ese momento saltó a la prensa la noticia con la abdicación del rey. Como quiera que no mucho después un incendio puso a Iaarra en el candelabro por aquello de las llamas, y porque en el fondo las columnas se escriben para publicarlas, pues aquí os la dejo para ir rellenando este largo y vacacional verano.
Hubo un tiempo en que ir a Izarra, y hasta casi hablar de ella, era un motivo. Motivo de orgullo para los que esperaban el bus con sus pantalones franela y sus americanas burdeos. Motivo de satisfacción para los que facturaban a aquellas piezas caras pero rebotadas y con varios rechazos en centros escolares. Motivo y algo más, por supuesto, para los que facturaban por ellos.
Pero todo aquello cambió. Como la carrera científica de sus alumnos (y digo científica, porque la otra, habida cuenta de la herencia y la genética del sistema estaba garantizada pese a todo) la carrera del olimpo de Izarra empezó a dar tumbos. Que si centro de alto rendimiento, que si centro de bajo rendimiento, que si jaula de oro…
Izarra pasó de ser un motivo a ser un secreto. Yo por ejemplo tenía que aclarar cada vez que decía dónde estudiaba mi hijo, que se trataba del centro público de Izarra, no “del otro”, y con ello conseguía que mi interlocutor dijese ese “ahhh” tan gratificante y comprensivo.
Izarra se convirtió en esa joya maldita que todo el mundo dice que vale mucho pero nadie compra y que va lentamente arruinando a la familia. Y digo arruinando en términos vitales más que en términos de caja y banco, que también. Como en un cuento gótico, el colegio abandonado iba pasando de mano en mano mientras sus instalaciones refugio de agraciados se desgraciaban a manos de otros vándalos. La hiedra iba creciendo y ocultando con sus hojas urbanizaciones y plusvalías, campos de golf y adosados de lujo. Las pintadas iban poblando sus muros mientras su leyenda se convertía en avales y servía para sustentar cuentas fantasmas… y claro, más tarde o más pronto todo tenía que acabar como las cosas acaban en los cuentos góticos… en tragedia y a tiros, aunque sean de pintura, pinturas de guerra, de guerra de mentiras combatiendo en una gran mentira de familia.
Leave a Comment