Llega la navidad. Ya la tenemos cerca, incluso sobre nuestras cabezas. Aunque las luces estén apagadas en muchas de nuestras ciudades estar están ya puestas y las aceras nos obligan a caminar bajo ellas. Pero no sé por qué me da que mucha gente las ve, no las luces sino la mismas navidades, con menos luces e ilusiones que otras navidades pasadas y hasta olvidadas. Es más, hablando de colores da la impresión de que se acercan unas navidades más grises o marrones que blancas como antaño.
Puede que sea por la crisis que nos tiene a muchos en el paro. Puede que porque no tengamos casa donde poner el arbol porque nos han desahuciado. Puede que porque visto lo de Asturias no va a haber ni carbón para los malos. Puede que porque a muchos les van a dejar sin paga de Navidad, lo que además de dejarte sin margen para langostinos y regalos es, se mire como se mire, una bajada de sueldo de más del 7%. Puede que porque entre unas cosas y otras esté la gente más para montar el belen en la calle que encima del aparador de la entrada.
Algunos me dirán que es normal que no haya iluión, ¡de todas formas no las vamos a poder celebrar! ¡Cómo van a equivocarse los mayas, con lo que saben de navidades, al anunciar hace no sé sabe cuanto que el mundo se acaba!
Y por si todo eso fuera poco, viene Ratzinger, alias Benedicto, y nos descubre que lo del buey y la mula es falso. Que nada tiene que ver la sensiblería con el misterio. Que una cosa es la virginidad de María, la paternidad del Espíritu Santo y hasta la Santísima Trinidad y otra bien distinta los bueyes y las mulas.
No sé si navidades blancas, pero navidades en blanco van a ser para más de uno, y encima sin hocico de rumiante que te ayude a pasar el frío.
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