A cuenta de lo sucedido estos días en Japón la red se ha puesto de manifiesto una vez más como medio importante a la hora de intercambiar información. Ahora que estoy recuperando las viejas columnas que sobre internet escribí allá por los albores del tercer milenio, recuerdo que analicé el comportamiento de la red ante el 11 – s, y me suena que volví a hacerlo más tarde a cuenta del 11 – m.
El 11 -s se caracterizó por la saturación. La infraestrucutra técnica o tecnológica no superó la prueba, y l apráctica totalidad de los sitios de noticias se cayeron en algún momento u otro fruto de la saturación. Como en estas ocasiones se suele decir, el éxito fue tan total que la realidad superó todas las previsiones convirtiéndolo en fracaso.
El 11 – m la red aguantó, de igual manera que ha aguantado en eventos más o menos catastróficos, más o menos naturales que de un tiempo se han venido produciendo y para los que internet ha supuesto una estupenda plataforma.
Si acaso, lo bueno y lo malo era que internet se iba convirtiendo, en lo que al plano de la información se refiere, en un inmenso laberinto de espejos en el que todo se replicaba hasta la saciedad. Era lo bueno porque si un sitio se caía otro podía ser consultado. A fin de cuentas la información a la que llegabas era la misma. A fin de cuentas la cosa era congruente con la propia filosofía original de la red de redes, una red sin núcleos centrales diseñada para ser prácticamente indesctructible y para evitar que la afectación de uno de sus nodos supusiese nada más que un rodeo adicional, nunca una interrupción del servicio. Lo malo que la prometida diversidad de opiniones e informaciones, la revolucionaria aspiración a la infromación libre quedaba anegada por la multirepetición de los mensajes procedentes de la prensa oficial.
Lo ocurrido en el japón me ha devuelto la certeza de que el medio es mensaje, o al menos de que lo condicinoa y no siempre para bien. Presos del imperio de las redes sociales el evento ha resultado como en muchos casos resulta la comunicación social a través de estos medios o circuitos, un relato desarticulado que ofrece una realidad fragmentaria y fragmentada.
Como indica Gutierrez-Rubí en uno de los articulos incluidos en su “filopolítica” esta fragmentación “nos aleja de la memoria que asocia y construye”. Nos sumerge en un aglomerado de destellos que nos ciegan sin deslumbrarnos y consiguen, al modo del espejismo, mantener viva en nosotros la ilusión de estar informados. Seguía paso a paso los últimos rumores, rebotaban de twitt en twitt los mensajes condensados, algunos iguales, otros no tanto, y cada vez que intentabas tener una visión de conjunto encontrabas una colección de vídeos breves, de fragmentos textuales o visuales, de instantes fotográficos no siempre bien contextualizados.
Siguiendo con la cita de Gutierrez Rubí faltaban esos sastres que empuñasen la aguja y guiasen el hilo para reconstruir el relato. Un relato que además de desarticulado era de compleja evaluación. A menudo las fuentes oficiales eran sustituidas por las fuentes cercanas al primero de los que las citaba. Una vez más el producto era desarticulado y fragmentario. Estar cerca de la noticia no siempre te deja verla, y en todo caso te deja ver lo que ven tus ojos, y poco más allá. Impresiones personales convertidas en fragmentos de un traje descosido, de un pach work sin hilvanes.
Resumiendo, que estos terremotos y sus cosiguietnes tsunamis debieran hacernos reflexionar sobre como los terremotos en los que vivimos provocan tsunamis informativos compuestos por miles o millones de gotitas, mensajes breves y fragmentos, que pasan sobre nuestra consciencia y dejan nuestra comprensión y nuestra memoria como un solar barrido y azotado.
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