Elogio de la locura

A Berlusconi le partieron esa boquita de piñón por la que lleva soltando barbaridades en público y, dado el perfil del tal silvio, seguramente mayores en privado. El que se las partió está loco, o eso dicen de él. El caso es que una vecina mí­a, cuando se dice de alguien que está loco, siempre comenta lo mismo: siempre le veo mirar a los dos lados antes de curzar las ví­as. A uno le gustarí­a pensar que el tal loco no lo está tanto y que simplemente ha hecho lo que a muchos les hubiese gustado hacer.

En cualquier caso el tal loco es ahora un loco elogiado, y es lo que tiene ser como silvio. La prepotencia de unos genera impotencia de otros, y la impotencia se regocija cuando alguien, aunque sea un loco, cumple con los deseos de todos. Algo parecido pasaba por estos lares no hace tanto tiempo, treinta y tantos años. Entonces voló por los aires cierto personaje y fueron muchos los impotentes que se alegraron. Los mismos que hoy homenajean a aquellos cuyas muertes aplaudieron. Y lo hacen por una cuestión que el catedralazo trae de nuevo al frente. La condena genérica y expresa de la violencia como herramienta polí­tica por fundamentos éticos. Alguna otra vez me he expresado al respecto, pero los dientes de silvio me dan oporutnidad de hacerlo una vez más. El rechazo a la violencia como herramienta de lucha al servicio de la polí­tica no es realmente un postulado ético. Es más bien un postulado estratégico o táctico. En ocasiones la violencia sobra y estorba, y aquí­ en nuestra tierra, hoy en dí­a que no siempre, la evidencia es evidente. Otras sin embargo, y la historia es rica en ejemplos no solo es necesaria sino que incluso aparece como imprescindible. El abuso de la “no violencia de estado” es una forma más de prepotencia, y como decí­amos antes, la prepotencia genera impotencia y esta es amiga de la resignación o de la violencia, actitudes por otra parte socialmente compatibles. Veamos un ejemplo más cercano.

Siempre se ha hablado de que mientras los vascos actuabamos de forma violenta, los catalanes lo hacián sin violencias. Eso está bien, pero tiene un riesgo, que los catalanes acaben por cansarse de la no violenta actitud de los poderes centrales y de que el imperio de la ley de todos los españoles cercene de forma humillante y dolosa una tras otra sus pretensiones. Agotados entonces los caminos no violentos, ¿serí­a legí­timo buscar otros caminos? ¿cual es el lí­mite de la paciencia? ¿es obligatorio conformarse cuando la propia razon palidece de vergí¼enza al verse maltratada?

En fin, volviendo a lo de Silvio, uno tení­a la esperanza de que, imposibilitado de hablar, tuviese que pensar algo más lo que dice por otros medios fí­sicos, pero leidas sus reacciones me temo que ni eso. Aplicando el razonamiento anterior, ¿dónde tendrí­a que ir la siguiente?

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